G. Courtois, "El arte de educar a los niños de hoy"
Nada irrita tanto a los padres como las mentiras de sus hijos. Y tienen razón, porque desde el momento en que la duplicidad se insinúe en el corazón de su hijo o de su hija, no será ya posible el ambiente de confianza, la atmósfera se hará pronto irrespirable. Pero con frecuencia olvidan los padres que son precisamente ellos quienes desde el principio deben dar a sus hijos ejemplo de la más escrupulosa sinceridad.
Es necesario formar a los niños en la franqueza. Tanto más porque, siendo la mentira un medio cómodo de defensa para los seres débiles, constituye pronto para el niño una permanente tentación; como, por otra parte, su juicio no está todavía formado, existe el riesgo de que poco a poco se deje envolver en sus propias mentiras. Ahora bien: quien no sabe distinguir lo verdadero de lo falso está muy cerca de no poder distinguir el bien del mal.
En un medio familiar y escolar donde se observa cuidadosamente la franqueza, existen todas las probabilidades para que la mentira del niño sea accidental sin degenerar nunca en falsedad.
La menor falta de sinceridad por parte de los padres es la ruina de su autoridad moral. Aun cuando el niño no lo manifieste, se produce en el fondo de su corazón una sorpresa dolorosa, una fisura en la confianza. El niño no perdona nunca la mentira. Recordemos que las reacciones del niño no son corno las del adulto. Como no posee el espíritu crítico ni el sentido de los matices, toma al pie de la letra lo que sus padres le dicen, sean promesas, amenazas o aun «profecías».
He aquí a este propósito una pequeña historia auténtica:
Una niña de cinco años se disponía a salir con su tía. Le habían puesto un traje nuevo, que con amor habían hecho para ella las hábiles manos de su mamá. Y ésta, orgullosa, vio salir a su niña, diciéndole: «Se van a caer de espaldas de admiración cuantos encuentres, viéndote tan guapa». Transcurrió el tiempo del paseo. La tía y la niña regresaron a casa. Con la cara y gesto de enfado, «la señorita» se arranca su sombrero y lo arroja sobre un mueble...
«¿Qué tienes?», pregunta sorprendida la madre. «Ni uno solo de los que han pasado ha caído de espaldas al verme ... »
¡Amarga decepción! ¿Diréis que la pequeña era bastante tonta tomando al pie de la letra la predicción materna? Pero los niños toman siempre así lo que se les dice.
Si no se puede responder a una pregunta inoportuna o indiscreta de un niño, es mejor decirle sencillamente que no se le puede responder por tal o cual razón; pero nunca engañarle, por poco que sea.
No se dirá nunca bastante el mal que hacen a los niños esas historias de los reyes magos dejando juguetes en la ventana, o las fábulas ridículas de las cigüeñas para explicar el nacimiento de los niños. Los niños pequeños creen a sus padres como al evangelio. Algunos están dispuestos a pelearse por defender las afirmaciones recibidas.
Cuando se dan cuenta -y esto ocurre uno u otro día- de que los han engañado, sufren una cruel decepción, aun cuando en el momento no sepan expresarla. En algunos temperamentos generosos, el abuso de confianza de que han sido víctimas puede hasta crear un verdadero traumatismo psicológico y moral.
Cuando contemos un cuento, tengamos cuidado de decir: «Esto es un cuento, una historia inventada, irreal.» Cuando, al contrario, contemos un relato del antiguo o del nuevo testamento, digamos: «Esto es verdadero». Es de mucha importancia no engañar una inteligencia ingenua dándole lo falso como verdadero.
No os admiréis si después quedan los niños furiosos, decepcionados, afligidos, por haber sido engañados, o si continúan durante su vida considerando como del mismo plano lo sagrado y lo profano, o si para ellos la religión queda sencillamente como un mito maravilloso dado como alimento a los pobres hombres para embellecer su vida.
No es cuestión de suprimir el árbol de navidad, tan brillante, con sus mil sorpresas; tampoco dejar de festejar las más emocionantes de las fiestas. Se trata, sencilla mente, de decir la verdad, tan bella. Los niños quedarán muy contentos sabiendo que su mamá deposita ella misma en secreto los bonitos juguetes la noche de los reyes.
No engañemos, pues, a los niños por el gusto de divertirnos con su credulidad. La confianza es una cosa demasiado bella para exponerla a Perderse Para siempre. Seamos sembradores de la verdad.
No es aceptable mentir a un niño para lograr que nos diga lo que queremos saber. Evitemos también ante los niños las mentiras pseudo caritativas, ya para decidirlo a tomar una medicina o para evitarle un castigo en la escuela.
Nicolás, niño de ocho años, debe sufrir una ligera operación. Pero su mamá, por no asustarle, le dice: «Mira, hijo mío: vas a ir a ver una fiesta muy bonita; a pasar muy bien la tarde. Te pondré tu traje nuevo.»
Nicolás estaba encantado: pero a la puerta del dispensario comienza a inquietarse. Y bien pronto fue preciso rendirse a la evidencia; lo adormecen para la operación. Inútil es decir que Nicolás perdió toda su confianza en su mamá.
Sucede a veces que los padres que no se entienden bien entre sí determinan en el niño una actitud perniciosa de disimulo: «Sobre todo, no dirás eso a tu padre», o bien, viceversa: «Si tu mamá te pregunta, le dirás que no hemos estado en tal sitio» (cuando esto no es verdad).
Para formar a los niños en la sinceridad no basta darles ejemplo; debe hacerse más: conseguir que desprecien la mentira y hacerles amar apasionadamente la franqueza.
Es siempre excelente mostrar a los niños, cada vez que se presente ocasión, los inconvenientes de la mentira. Sobre todo, en un mundo en que se encuentran glorificados con frecuencia el arribismo, el robo, el fraude en todas sus formas, no dudemos en subrayar que la mentira no triunfa. Mostremos que es causa de numerosos perjuicios, en particular, la contradicción, la pérdida de confianza, y que, además, si ya es difícil engañar durante largo tiempo a los hombres, hay alguien a quien nunca se engaña: a Dios testigo siempre presente y de quien nadie puede escapar.
Librémonos de admirar a niños que han podido con habilidad y gracias a mentiras salir de un mal paso o engañar a los demás. Frases como estas: «Está bien; éste, él se defiende ... », o bien: «El sabrá bandearse en la vida», pueden ejercer una influencia funesta sobre un alma joven. Compadezcamos abiertamente a los embusteros, que pierden todo el derecho al honor y a la confianza de los demás.
No dudemos en proscribir y desacreditar sistemáticamente toda trampa, hasta en el juego; toda deslealtad en clase, aunque sea para hacer un servicio (por ejemplo, el apuntar o soplar). Sobre todo, eso que es plaga terrible en muchas escuelas: el copiar en los ejercicios escritos. Hagamos ver también qué perjudicial es para el interés general.
¡Cuántos hechos de contra-educación por parte de los padres podrían citarse en relación con la sinceridad!... Es preciso no generalizar; pero ¡cuánto importa, si no se quiere deformar la conciencia del niño, evitar cualquier falta de verdad!...
En la clase octava hacen ejercicio escrito sobre conjugación. María hojea un cuaderno a escondidas. La maestra la sorprende: «¿Qué haces?»
La niña, molesta, responde: «Busco lo que hay que poner. Mamá me ha dicho que copie».
El director del Liceo de A... convoca en su despacho a los padres de un alumno que había copiado su ejercicio de composición y les dice que su hijo queda despedido. El padre grita entonces delante del director y dirigiéndose a su hijo: «¡Qué imbécil eres! ¡haberte dejado coger !»
Un hecho contado entre ciento por una educadora:
Viajaba yo en ferrocarril. En la estación de D... suben una mamá y su niña Juanita, de siete a ocho años. «Juanita -dice la madre-, si un señor te pregunta tu edad, dirás que seis años y medio ... » «¿Qué señor?» «Un señor con gorra de galones dorados.» «Pero tengo siete y medio; él lo verá.» «No, no; seis y. medio. ¿Me oyes?» «Eso no es verdad, mamá. Tú me has dicho el otro día que no se debe mentir nunca, y la señorita también me lo ha dicho en la escuela.» «Vamos, cállate; no hables tan alto y haz lo que te digo.» La chiquilla me miró; después miró a su madre. Me hizo la impresión de que estaba consternada ante la actitud de su madre. Pero no se atrevió a continuar los «porqués» y los «cómo»; sin duda, la intimidaba yo un poco... La mamá enrojeció...
No demostremos la posibilidad de que un niño pudiera mentir. Evitemos toda advertencia como ésta: «Sobre todo, no mientas.»
Digamos más bien: «Estoy seguro de que me dirás la verdad.» Creerlo capaz de mentir es hacer germinar en él la idea de la posibilidad de la mentira.
Es necesario demostrar al niño que creemos en su verdad y buena fe hasta tanto que no tengamos pruebas de lo contrario. Esto lo eleva a sus propios ojos y le da una alta idea de la virtud de la franqueza.
No hagáis la franqueza demasiado difícil. No dramaticéis los interrogatorios. Un papá que clama con aire enfadado: «¡Pobre del que haya hecho esto!», y que en seguida pregunta: «¿Eres tú?», inhibe la confesión del culpable amedrentado.
Aun cuando un niño no haya dicho la verdad, no se le debe tratar demasiado deprisa de embustero. Debe evitarse una generación prematura, que arraigaría en él la falta.
Es mejor sobre todo las primeras veces, considerar la mentira como un error de óptica y decir al niño: «Sé que eres un chico franco y que no quieres engañarme; has podido confundirte. La próxima vez ten cuidado de no hablar hasta no estar seguro de lo que dices.»
Para el niño hay muchas causas de error que nosotros los adultos no conocemos. Lo que nos parece una mentira puede ser debido:
1. A un error de visión. La experiencia del niño es todavía muy débil; tiene pocos puntos de referencia y fácilmente puede emitir una apreciación errónea.
2. A su imaginación desbordante, que lo arrastra en fantasías descabelladas, fuera de la realidad, que termina a veces por creer.
3. A la fuerza de sus sueños, que su juicio, poco formado todavía, no le permite diferenciar de la realidad
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4. Al hecho de ser muy sugestionable. El educador que pregunta al niño debe prestar atención a esta característica, porque insistiendo más de lo conveniente se puede conseguir que confiese lo que nunca ha hecho.
Por eso se debe distinguir entre mentira subjetiva y objetiva.
Cuando hayan sido examinadas todas las causas de error y sea preciso rendirse a la evidencia de la mentira, debe buscarse la causa. De ella depende la gravedad de la mentira, y también los medios que se deban emplear para ayudar al niño a corregirse.
1. La mentira puede tener su causa en el deseo de molestar a los demás.
2. La vanidad, el deseo de brillar, de hacerse admirar, causan también muchas faltas de franqueza.
3. En cuanto al deseo de disculparse, se podrá decir que es la base de casi todas las mentiras: se disculpa para que no le regañen y se inventa una excusa para no hacer su trabajo de clase, para explicar su retraso; mira su libro abierto y lee la lección que debe recitar, o copia la composición, etc. Disculparse para conseguir algo agradable...
4. La timidez paraliza a veces a un niño hasta el punto de quitarle el valor para decir la verdad; las primeras mentiras reales, verdaderas, son casi todas debidas al miedo.
5. Una caridad mal entendida puede impulsar al niño a excusar a uno de sus compañeros con una mentira. Pensará a veces que esa falta de verdad, de la que no se beneficia, no es una falta.
6. En fin, la maldad es causa de la calumnia.
El niño pequeño siente siempre la tentación, en uno u otro momento, de negar cualquier majadería. Si esta primera mentira le resulta bien, tendrá, naturalmente, tendencia a repetirlo. Por eso es muy interesante tener una gran perspicacia en relación con los niños, para no dejarlos comprometerse inútilmente en un camino que es tal vez tentador.
Lo difícil es ser perspicaz sin ser desconfiado y no todos lo consiguen. Hay niños que tienen una resistencia extraordinaria a las preguntas de las personas mayores y que persisten en la mentira con tenacidad. Este hecho es debido muchas veces a que la reprensión, en caso de descubrirse la mentira, es demasiado fuerte. El niño es llevado a vender cara su piel. Si sabe que aun en caso de mentira puede contar con cierta indulgencia, llegará más fácilmente a exponer la verdad, y es preferible.
La mentira para excusarse tiene carácter más reprensible cuando es de doble fin; es decir, cuando al lado de la excusa en favor de quien la inventa atribuye a otro niño o a otra persona la falta que a él le es imputable. Es la mentira acusadora más refinada y mucho más reprensible. Esta debe acelerarse y ser corregida seriamente.
La envidia de los niños hacia sus hermanos o hermanas, ciertos deseos de venganza hacia criados, vigilantes o compañeros, entran en juego para producir esta orientación nueva. Cuando esta mentira aparece', es esencial conocer a fondo la razón por la cual el niño ha intentado hacer daño a tal o cual persona; será una indicación interesante sobre la tendencia de carácter y predominante entonces,
La mentira inventiva tiene en el niño, como tiene en el adulto, el carácter de una compensación. Inventa el niño toda clase de cosas de orden material o afectivo que compensan lo que puede faltarle o lo que él cree que le falta.
Así, yo he visto niños y adolescentes que atribuyen bien a su padre o a su madre cualidades que claramente no tengan, cargados de hazañas que ni habían tenido ocasión de realizar. La riqueza y las grandes posibilidades económicas son también muchas veces objeto de la imaginación infantil: compensan las muchas negativas de sus padres de procurarles una u otra cosa, a veces muy modesta, que le hubieran gustado.
El mundo se convierte así, para ellos, en algo mágico, maravilloso, más agradable que el mundo real, lleno de durezas inaceptables.
Hay que distinguir, entre las mentiras de los niños, la mentira social, que tiene por objeto ayudar a los demás; la mentira asocial, empleada en interés personal sin deseos de molestar a otros; la mentira antisocial, que busca el interés personal sin preocuparse del daño que pueda ocasionar a los demás.
Debe investigarse bien la culpabilidad del niño en su mentira. Seria profundamente injusto reaccionar del mismo modo frente a una mentira inventada a sabiendas y sobre todo para molestar a otras personas, que frente a una invención imaginaria producida inconscientemente, de la cual el niño no es en manera alguna responsable, pero que exige sólo hacerle adquirir conciencia del mundo real.
Según numerosos psicólogos la mayor parte de las mentiras de los niños son originadas por temor; algunas, por interés, por atolondramiento, por gusto en la ficción; pocas, por altruismo o por maldad.
Sucede que el niño miente a veces por complacer a sus padres:
"Una madre no encontraba una caja de bombones y acusaba a su hija, de ocho años, de haberla cogido. Después de amenazar y suplicar, la madre dice: “Confiesa que eres tú y no te castigaremos”. “La niña se acusó del hurto; al cabo de algunos días la caja apareció, y la niña dijo, admirada, a su madre: Pero, mamá, de tal manera me habías pedido que confesara la verdad; creí que era preciso decírtelo para complacerte”. Influencia de la sugestión.
Aun cuando al mentir no haya querido el niño engañar, será reprendido, pues toda falta debe ser castigada, y no se debe dejar pensar que puede engañar fácilmente a sus educadores.
Se intentará todo para que confiese su falta: hablarle con bondad, alabar el valor de los que saben reconocer sus errores, no asustarlo con el castigo terrible que le espera.
Si confiesa, se le tratará paternalmente y no se le humillará de ninguna manera; pero un castigo normal sí se le debe imponer.
Si se obceca en negar, será preciso, sin aires de victoria, sino, al contrario, con acento muy natural, exponerle las pruebas que se tienen de su culpabilidad y pedirle que las refute. No podrá, puesto que es culpable y se le demostrará que no es tan fácil engañar a sus padres.
No se le llamará embustero; eso lo afianzaría en su defecto. Se considerará su falta como accidental.
Si un niño abusa de la confianza que se le ha otorgado, debe decírselo con pena que se está obligado a retirársela durante un tiempo determinado, prometiéndole devolvérsela al cabo de un espacio de tiempo si ha mostrado perfecta franqueza.
Y nunca en adelante recordarle que ha mentido.
La educación de la sinceridad supone igualmente la educación del tacto, de la discreción y de la oportunidad. Porque ser sincero no consiste en decir todo a todos y siempre...