Conquistar la Libertad


“Padecemos situaciones de sometimiento, ya sea político, comercial o ideológico. Pero la mayoría de las servidumbres son voluntarias: basta que los sometidos se organicen y decidan soltar sus ataduras para que termine la dependencia. Reflexionar sobre nuestras sumisiones internas nos ayudará a conseguir la libertad exterior.”


Juan Pundik-Psicoanalista.


Cada uno de nosotros debería cuestionarse su parte de responsabilidad en la injusticia, perversa y corrupta sociedad den la que vivimos. Étienne de La Boétie escribió que la servidumbre voluntaria explica el éxito de cualquier tiranía, y que es ese consentimiento del sujeto lo que la hace posible. ¿Pero quién es Étienne de La Boétie?


Se trata de un pensador francés que escribió su Discurso de la servidumbre voluntaria (Trotta) en 1546 y lo inició afirmando: “Por el momento, yo no querría sino comprender cómo es posible que tantos hombres, tantos pueblos, tantas villas, tantas ciudades, tantas naciones soporten a veces a un solo tirano, que tiene por poder el que ellos le dan, que tiene el poder de perjudicarles tanto como ellos quieran aguantarle y que no podría hacerles daño alguno si ellos no prefirieran sufrirle a contradecirle.”


Y aquí nos encontramos todavía, casi 500 años después, intentando denunciar, clarificar y concienciar ante la opinión ilustrada este mecanismo de la servidumbre voluntaria, que sigue enquistando en lo más profundo de la especie humana. Intentamos, con nuestra denuncia, fortalecer los movimientos ciudadanos de resistencia a la multitud de formas a través de las cuales esta servidumbre se manifiesta. Encontramos en La Boétie una tesis sorprendente: la tiranía es consecuencia de la servidumbre, y no lo contrario; es decir, la servidumbre no se debería a un poder exterior que se ejerce contra el sujeto sino que sería una consecuencia de la relación que el sujeto mantiene consigo mismo.


Uno de los instrumentos que la tiranía del poder ha utilizado –y cada vez utiliza más exigentemente- es su derecho a clasificarnos y evaluarnos, y nuestra obligación de someternos a sus evaluaciones. De esta manera, la evaluación da inundado, imperceptiblemente, nuestra vida cotidiana.


En realidad, no se trata de algo nuevo. Viene de lejos en la historia y en nuestras vidas. Todos hemos sido precoz y permanentemente evaluados: en relación a nuestros hermanos, nuestros primos, los hijos de amigos, de vecinos y de nuestros compañeros de colegio; durante nuestra escolaridad, en el instituto y en la universidad. Pero también en la actividad deportiva, en los grupos de amigos y en la relación con las personas del otro sexo. Y luego en la vida laboral.


Esta evaluación por comparación comienza muy temprano en el grupo familiar. Se trata de un procedimiento por el cual algunas personas se sienten no queridas, rechazadas o excluidas, y que las puede marcar de por vida. El proceso sigue en la escolaridad, que constituye un rito de iniciación, a un mayor sometimiento a la autoridad: profundidad, disciplina, silencio, quietud, obediencia, contenidos inútiles y absurdos, calificaciones clasificatorias y castigos que tendrán su continuidad en el hogar. Acompañan este proceso las religiones, también evaluantes y clasificatorias entre buenos y malos, entre justos y pecadores.


Al finalizar la enseñanza obligatoria, la mayor parte de los jóvenes estarán ya entregados, listos para la obediencia a los jefes y para las servidumbres voluntarias. Preparados para, en el mejor de los casos, entrar en el mercado de trabajo con un salario miserable, sin limitaciones de horario ni de jornadas. Los padres habrán colaborado en esta sumisión exigiendo los suspensos y las notas que han considerado inferiores a sus exigencias. Las madres habrán permanecido al lado de sus hijos haciendo deberes y estudiando hasta medianoche, sábados, domingos, festivos y en vacaciones. Todo el grupo familiar habrá probablemente desempeñado su papel para que se cumpla el proceso de sometimiento a la servidumbre voluntaria. El 20% de la población infantil –los que se rebelan a esta sumisión- es diagnosticada y obligada a ingerir medicamentos domesticadores con la complicidad de sus padres.


El poder de la evaluación es tiránico, porque lo que en esencia pretende es lograr el consentimiento del sujeto a esta operación. Con este consentimiento, con esta servidumbre, dejamos de lado lo incomparable de cada uno y pasamos a formar parte de esa masa evaluada. Esa masa aborregada, consumidora sumisa de lo que los amos de los mercados necesitan vender para obtener así mayores beneficios y acumular mayores riquezas si cabe.


En todos los ámbitos, pero especialmente en el sector sanitario –orientado por una política de cifras- , el ser humano queda reducido a un conjunto de conductas mensurables y se deja de lado lo más propiamente humano, que es su subjetividad. El instrumento más tiránico y arbitrario es el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, conocido como DSM por sus siglas en inglés, que pretende evaluarnos mediante tests universales y a partir de ahí, diagnosticarnos como hiperactivos, afectados por déficit de atención, por fobia social, por negativismo desafiante, por bipolares, por deprimidos, por trastornos obsesivos compulsivos, por dificultades en el aprendizaje, por estados de ánimo, hábitos alimentarios y comportamientos, por nuestros problemas familiares, conyugales o religiosos. Cada uno de los mencionados se corresponde con una descripción diagnostica del DSM IV (Cuarta Edición) por la cual podemos ser evaluados y tratados coercitivamente mediante métodos cognitivos-conductuales y medicación. Y, en caso de resistirnos a ello, seremos sancionados escolares, académicas, familiar o laboralmente, o incluso seremos ingresados en un hospital psiquiátrico contra nuestra voluntad.


Esta prepotencia sometedora e invasora de la intimidad individual del DSM nos indica que el omnipresente Gran Hermano, el personaje que todo lo controla en la novela 1984 de George Orwell, ha tomado la contemporánea forma del Gran Amo Evaluador, que se está apoderando de nuestros frágiles estados democráticos y pretende someternos a sus veleidades totalitarias. Por una parte, proclama el fundamentalismo de la libertad del mercado y del consumo, y, por otra, intenta someter nuestras ideas, nuestro pensamiento y nuestros particulares modos de vida y de goce a su mezquina política de beneficios económicos, apoderamiento de riquezas y manipulación del poder.


El proceso de sometimiento culmina cuando el individuo llega a considerar a los demás responsables de sus desgracias. El sujeto se exhibe así como una víctima inocente e impotente de circunstancias que le son ajenas.


En contraposición, La Boétie afirma que la tiranía surge de la voluntad de servir. Añade que esto sucede tan a menudo que no nos sorprende ver a los hombres “servir miserablemente encantados y fascinados por el nombre de uno solo”. Se pregunta: “¿Cuál es la causa de que tantos hombres se sometan al poder de uno solo?”. A lo que responde: “Los hombres no desean la libertad?”, porque “si la deseasen, la obtendrían. (…) Sus desgracias no vienen del enemigo sino de aquel cuya grandeza ellos mismos sostienen”.


El Discurso de La Boétie fue quemado públicamente por orden de la tiranía en 1579 en Burdeos. Había salido en su defensa su amigo Michel Montaigne, el gran filósofo y político del Renacimiento, heredero y depositario de sus papeles, quien afirmó que “a nadie le va mal durante mucho tiempo sin que él mismo tenga responsabilidad en ello”.


Las políticas sanitarias actuales, avaladas por el omnipotente criterio científico, ahondan en el mismo sentido.


Javier Peteiro es médico y autor de El autoritarismo científico (Miguel Gómez Ediciones), una obra en la que intenta distinguir entre la ciencia y las falsas ciencias al servicio del amo. A estas las califica como el cientificismo que impregna el discurso social dominante y que pretende dictarnos qué es bueno o malo, qué debemos hacer y cómo, intentando anular la libertad de elección sobre la base de que lo supuestamente correcto desde el punto de vista científico es también lo políticamente correcto, y lo coercitivamente justificado. Ejemplo de ello es que se nos obligue a vacunarnos de una pandemia de gripo que no es tal o a medicar a nuestros hijos de inexistentes trastornos como los de hiperactividad, déficit de atención o negativismo desafiante.


¿Es verdad, como afirmó La Boétie, que no queremos la libertad porque si la deseásemos, la obtendríamos? Es cierto que intentan anular nuestra libertad de elección, pero la decisión es nuestra, de cada uno. Don Quijote dijo que “por la libertad y por la honra se puede y se debe aventurar la vida”. Y la antropóloga estadounidense Margaret Mead escribió: “No dudes jamás de la capacidad de tan solo un grupo de ciudadanos conscientes y comprometidos para cambiar el mundo. De hecho siempre ha sido así”.

 

(Tomado de la Revista Menta Sana Nº74 Revista de Psicología Positiva Editor Jorge Bucay)