Reproducimos a continuación unos capítulos del Protoevangelio de Santiago, texto apócrifo traducido por Edmundo González-Blanco, donde queda reflejado la infancia de María y el nacimiento de Jesús.
Estas fechas son dadas a recordar los sagrados misterios, los textos canónicos recogen estos hechos a veces en forma muy escueta. Los evangelios apócrifos son textos que generalmente eran contemporáneos de los que conocemos.
Anteriormente a los evangelios escritos existió la tradición oral del Evangelio (la buena nueva ), luego fue escribiéndose y es por esto que son muchas las versiones que surgen hasta que la rama de la Iglesia más poderosa en aquella época va admitiendo a los 4 evangelios canónicos desde principios del siglo III hasta el Concilio de Nicea (año 325). donde se instituye la canonización de estos textos. Pero los primeros padres de la Iglesia a veces utilizan citas de estos textos apócrifos para apoyar sus tesis o sus discursos.
Algunos historiadores le dan el epíteto de gnósticos a muchos de estos escritos, otros lo atribuyen a otras fuentes, de las múltiples ramas donde se fraccionaba el cristianismo primitivo. Concretamente a este que hacemos referencia hoy. algunos historiadores como Combefis, Rossler y Mili aseguran que es un evangelio impregnado de gnosticismo.
Bien vale la pena leer con atención lo que otros textos que fueron denominados apócrifos (secretos) nos dicen a la letra...
CAPITULO VIII: Pubertad de María
“Y sus padres salieron del templo llenos de admiración y glorificando al Omnipotente, porque la niña no se había vuelto atrás. Y María permaneció en el templo del Señor, nutriéndose como una paloma, y recibía su alimento de manos de un ángel.”
“Y cuando llegó a la edad de doce años, los sacerdotes se congregaron, y dijeron: “He aquí que María ha llegado a la edad de doce años en el templo del Señor. ¿Qué medida tomaremos con ella, para que no mancille el santuario? Y dijeron al Gran Sacerdote: Tú, que estás encargado del altar, entra v ruega por María, y hagamos lo que te revele el Señor. Y el Gran Sacerdote, poniéndose su traje de doce campanillas, entró en el Santo de los Santos, y rogó por María.”
“Y he aquí que un ángel del Señor se le apareció, diciéndole: Zacarías, Zacarías, sal y reúne a todos los viudos del pueblo, y que éstos vengan cada cual con una vara, y aquél a quien el Señor envíe un prodigio, de aquél será María la esposa.
Y los heraldos salieron, y recorrieron todo el país de Judea, y la trompeta del Señor resonó, y todos los viudos acudieron a su llamada”.
EL PROTOEVANGELIO DE SANTIAGO
CAPITULO VII: Consagración de María en el Templo
“Y los meses se sucedían para la niña. Y, cuando llegó a la edad de dos años, Joaquín diio: Llevémosla al templo del Señor, para cumplir la promesa que le hemos hecho, no sea que nos la reclame, y rechace nuestra ofrenda. Y Ana respondió: Esperemos al tercer año, a fin de que la niña no nos eche de menos. Y Joaquín repuso: Esperemos.
Y, cuando la niña llegó a la edad de tres años, Joaquín dijo: Llamad a las hijas de los hebreos que estén sin mancilla, y que tome cada cual una lámpara, y que estas lámparas se enciendan, para que la niña no vuelva arras, y para que su corazón no se fije en nada que esté fuera del templo del Señor. Y ellas hicieron lo que se !es mandaba, hasta el momento en que subieron al templo del Señor. Y el Gran Sacerdote recibió a la niña, y, abrazándola, la bendijo, y exclamó: El Señor ha glorificado tu nombre en todas las generaciones.
Y en ti, hasta al último día, el Señor hará ver la redención por El concedida a los hijos de Israel. . E hizo sentarse a la niña en la tercera grada del altar y el Señor envió su gracia sobre ella, y ella danzó sobre sus pies y toda la casa de Israel la amó.”
CAPITULO IX: José, Guardián de María
“Y José, abandonando sus herramientas, sanó para juntarse a los demás viudos, y, todos congregados, fueron a encontrar al Gran Sacerdote. Este cogió las varas de cada cual, penetró en el templo, y oró. Y, cuando hubo terminado su plegaria, volvió a coger las varas, salió, se las devolvió a sus dueños respectivos, y no notó en ellas prodigio alguno.”
“Y José cogió la última, y he aquí que una paloma salió de ella, y voló sobre la cabeza del viudo. Y el Gran Sacerdote dijo a José: Tú eres el designado por la suerte, para tomar bajo tu guarda a la Virgen del Señor. Mas José se negaba a ello, diciendo: Soy viejo, y tengo hijos, al paso que ella es una niña. No quisiera servir de irrisión a los hijos de Israel. Y el Gran Sacerdote respondió a José: Teme al Señor tu Dios, y recuerda lo que hizo con Dathan, Abiron y Coré, y cómo, entreabierta la tierra, los sumió en sus entrañas, a causa de su desobediencia.
Teme, José, que no ocurra lo mismo en tu casa. Y José, lleno de temor, recibió a María bajo su guarda, diciéndole: He aquí que te he recibido del templo del Señor, y que te dejo en mi hogar. Ahora voy a trabajar en mis construcciones, y después volveré cerca de ti . Entretanto, el Señor te protegerá.”
CAPITULO X: El velo del Templo
“Y he aquí que los sacerdotes se reunieron en consejo, y dijeron: Hagamos un velo para el templo del Señor. Y e¡ Gran Sacerdote dijo: Traedme jóvenes sin mancilla de la casa de David. Y los servidores fueron a buscarlas, y encontraron siete jóvenes. Y el Gran Sacerdote se acordó de Marta, y de que era de la tribu de David, y de que permanecía sin mancilla ante Dios. Y los servidores partieron, y la trajeron.
E introdujeron a las jóvenes en el templo del Señor, y el Gran Sacerdote dijo: “Echad a suertes sobre cuál hilará al oro, el jacinto, el amianto, la seda, lino fino, la verdadera escarlata y la verdadera púrpura”. Y la verdadera escarlata y la verdadera púrpura tocaron a Maria, que, habiéndolas recibido, volvió a su casa. Y, en este momento, Zacarías quedó mudo, y Samuel le reemplazó en sus funciones, hasta que recobró la palabra. Y María tomó la escarlata, y empezó a hilarla.”
CAPITULO XI: La Anunciación
“Y María cogió su cántaro, y salió para llenarlo de agua. Y he aquí que se oyó una voz, que decía: Salve, Maria, llena eres de gracia. El Señor es contigo, y bendita eres entre todas las mujeres. Y ella miró en torno suyo, a derecha e izquierda, para ver de dónde venia la voz. Y, toda temblorosa, regresó a su casa, dejó el cántaro, y, tomando la púrpura, se sentó, y se puso a hilar.
Y he aquí que un ángel del Señor se le apareció, diciéndole: No temas, María, porque has encontrado gracia ante el Dueño de todas las cosas, y concebirás su Verbo. Y María, vacilante, respondió: Si debo concebir al Dios vivo, ¿daré a luz como toda mujer da?”
“Y el ángel del Señor dijo: No será así, María, porque la virtud del Señor te cubrirá con su sombra, y el ser santo que de tí nacerá, se llamará Hijo del Altísimo. Y le darás el nombre de Jesús, porque librará a su pueblo de sus pecados. Y María dijo: He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra.”
CAPITULO XII: La Visitación
“Y siguió trabajando en la púrpura y en la escarlata, y, concluida su labor, la llevó al Gran Sacerdote. Y éste la bendijo, y exclamó: María, el Señor Dios ha glorificado tu nombre, y serás bendita en todas las generaciones de la tierra.
Y María, muy gozosa, fue a visitar a Isabel, su prima. Y llamó a la puerta. E Isabel, habiéndola oído, dejó su escarlata, corrió a la puerta, y abrió. Y, al ver a María, la bendijo, y exclamó: ¿De dónde que la madre de mi Señor venga a mí? Porque el fruto de mi vientre ha saltado dentro de mí, y me ha bendecido. Pero María había olvidado los misterios que el arcángel Gabriel le revelara, y, alzando los ojos al cielo, dijo: ¿Quién soy, Señor, que todas las generaciones de la tierra me bendicen?
Y pasó tres meses con Isabel. Y, de día en día, su embarazo avanzaba, y, poseída de temor, volvió a su casa, y se ocultó a los hijos de Israel. Y tenía dieciséis años cuando estos misterios se cumplieron.”
CAPITULO XIII: Vuelta de José
“Y llegó el sexto mes de su embarazo, y he aquí que José volvió de sus trabajos de construcción, y, entrando en su morada, la encontró encinta. Y se golpeó el rostro, y se echó a tierra sobre un saco, y lloró amargamente, diciendo: ¿En qué forma volveré mis ojos hacia e! Señor mi Dios? ¿Qué plegaria le dirigiré con relación a esta jovencita? Porque la recibí pura de los sacerdotes del templo, y no he sabido guardarla.
¿Quién ha cometido tan mala acción, y ha mancillado a esta virgen? ¿Es que se repite en mí la historia de Adán? Bien como, en la hora misma en que éste glorificaba a Dios, llegó la serpiente, y, encontrando a Eva sola, la engañó, así me ha ocurrido a mí.?”
“Y José se levantó del saco, y llamó a María, y le dijo: ¿Qué has hecho, tú, que eres predilecta de Dios? ¿Has olvidado a tu Señor? ¿Cómo te has atrevido a envilecer tu alma, después de haber sido educada en el Santo de los Santos, y de haber recibido de manos de un ángel tu alimento?
Pero ella lloró amargamente, diciendo: Estoy pura y no he conocido
varón. Y José le dijo: ¿De dónde viene entonces lo que llevas en tus entrañas? Y María repuso: Por la vida del Señor mi Dios, que no sé cómo esto ha ocurrido.”
CAPITULO XIV: José, confortado por un Ángel
“Y José, lleno de temor, se alejó de María, y se preguntó cómo obraría a su respecto. Y dijo: Si oculto su falta, contravengo la ley del Señor, y, si la denuncio a los hijos de Israel, temo que el niño que está en María no sea de un ángel, y que entregue a :a muerte a un ser inocente. ¿Como procederé, pues, con María? La repudiaré secretamente.
Y la noche le sorprendió en estos pensamientos amargos. Y he aquí que un ángel del Señor le apareció en sueños, y le dijo: No temas por ese niño, pues el fruto que está en María procede del Espíritu Santo, y dará a luz un niño, y llamarás su nombre Jesús, porque salvará al pueblo de sus pecados. Y José se despertó, y se levantó, y glorificó al Dios de Israel, por haberle concedido aquella gracia, y continuó guardando a María.”
CAPITULO XV: José ante el Gran Sacerdote
“Y el escriba Anas fue a casa de José, y le pregunto: ¿Por qué no has aparecido por nuestra asamblea? Y José repuso: El camino me ha fatigado, y he querido reposar el primer día. Y Anas, habiendo vuelto la cabeza, vio que María estaba embarazada.
Y corrió con apresuramiento cerca del Gran Sacerdote, y le dijo: José, en quien has puesto toda tu confianza, ha pecado gravemente contra la ley. Y el Gran Sacerdote le interrogó: ¿En qué ha pecado? Y el escriba respondió: Ha mancillado y consumado a hurtadillas matrimonio con la virgen que recibió del templo del Señor, sin hacerlo conocer a los hijos de Israel. Y el Gran Sacerdote exclamó: ¿José ha hecho eso? Y el escriba Anas dijo: Envía servidores, y comprobarás que la joven se halla encinta.”
“Y los servidores partieron, y encontraron a la doncella como había dicho el escriba, y condujeron a María y a José para ser juzgados. Y el Gran Sacerdote prorrumpió, lamentándose: ¿Por qué has hecho esto, María? ¿Por qué has envilecido tu alma, y te has olvidado del Señor tu Dios? Tú, que has sido educada en el Santo de los Santos, que has recibido tu alimento de manos de un ángel, que has oído los himnos sagrados, y que has danzado delante del Señor, ¿por qué has hecho esto? Pero ella lloró amargamente, y dijo: Por la vida del Señor mi Dios, estoy pura, y no conozco varón.”
CAPITULO XVI: La prueba del agua
“Y el Gran Sacerdote dijo: Devuelve a esta virgen que has recibido del templo del Señor. Y José lloraba abundantemente. Y el Gran Sacerdote dijo: Os haré beber el agua de prueba del Señor, y El hará aparecer vuestro pecado a vuestros ojos.
Y, habiendo tomado el agua del Señor, el Gran Sacerdote dijo: No rindas falso testimonio, y confiesa la verdad, y el gran sacerdote dio a beber a José, y le envió a la montaña. Mas este volvió de ésta indemne. Y dio asimismo de beber a María, y volvió también de ésta indemne. Y todo el pueblo quedó admirado de que pecado alguno se hubiera revelado en ellos.
Y el Gran Sacerdote dijo: Puesto que el Señor Dios no ha hecho aparecer la falta de que se os acusa, yo tampoco puedo condenaros. Y los dejó marchar absueltos. Y José acompañó a María, v volvió con ella a su casa, lleno de júbilo y glorificando al Dios de Israel.”
CAPITULO XVI!: Visión de los dos pueblos
“Y llegó un edicto del emperador Augusto, que ordenaba se empadronasen todos los habitantes de Bethlehem de Judea. Y José dijo: Voy a inscribir a mis hijos.
Pero ¿qué haré con esta muchacha? ¿Cómo la inscribiré? ¿Como mi esposa? Me avergonzaría de ello. ¿Como mi hija? Pero todos los hijos de Israel saben que no lo es. El día del Señor será como quiera el Señor. Y ensilló su burra, y puso sobre ella a María, y su hijo llevaba la bestia por el ronzal, y él les seguía. Y, habiendo caminado tres millas, José se volvió hacia María, y la vio triste, y dijo entre sí de esta manera: Sin duda el fruto que lleva en su vientre la hace sufrir.”
“Y por segunda vez se volvió hacia la joven, y vio que reía, y le preguntó: ¿Qué tienes, María, que encuentro tu rostro tan pronto entristecido como sonriente? Y ella contestó: Es que mis ojos contemplan dos pueblos, uno que llora y se aflige estrepitosamente, y otro que se regocija y salta de júbilo. Y, llegados a mitad de camino, María dijo a José: Bájame de la burra, porque lo que llevo dentro me abruma, al avanzar. Y él la bajó de la burra, y le dijo: ¿Dónde podría llevarte, y resguardar tu pudor? Porque este lugar está desierto.”
CAPITULO XVIII: Pausa en la Naturaleza
“Y encontró allí mismo una gruta, e hizo entrar en ella a María. Y, dejando a sus hijos cerca de esta, fue en busca de una partera al país Betlehem. Y yo. José, avanzaba, y he aquí que dejaba de avanzar. Y lanzaba mis miradas al aire, y veía el aire lleno al terror. Y las elevaba hacia el cielo, y lo veía inmóvil, y los pájaros detenidos.
Y las baje hacia la tierra, y vi una artesa, y obreros con las manos en ella, y los que estaban amasando, no amasaban. Y los que llevaban la masa a su boca, no la llevaban, sino que tenían los ojos puestos en la altura. Y unos carneros conducidos a pastar, no marchaban, sino que permanecían quietos, y el pastor levantaba la mano para segarles con su vara, y la mono quedaba suspensa en el vacío.
Y contemplaba la corriente del río, y las bocas de los cabritos se mantenían a ras del agua y sin beber. Y, en un instante, todo volvió a su anterior movimiento y a su ordinario curso.”
CAPITULO XIX: El hijo de María, en la gruta
“Y he aquí que una mujer descendió de la montaña, y me pregunto: ¿Dónde vas? Y yo repuse: En busca de una partera judía. Y ella me interrogó: ¿Eres de la raza de Israel? Y yo le contesté: Sí. Y ella replicó: ¿Quién es la mujer que pare en la gruta?
Y yo le dije: Es mi desposada. Y ella me dijo: ¿No es tu esposa? Y yo le dije: Es María, educada en el templo del Señor, y que se me dio por mujer, pero sin serlo, pues ha concebido del Espíritu Santo. Y la partera le dijo: ¿Es verdad lo que me cuentas? Y José le dijo: Ven a verlo. Y la partera le siguió. Y llegaron al lugar en que estaba la gruta, y he aquí que una nube luminosa la cubría..”
“Y !a partera exclamó: Mi alma ha sido exaltada en este día, porque mis ojos han visto prodigios anunciadores de que un Salvador le ha nacido a Israel. Y la nube se retiró en seguida de la gruta, y apareció en ella una luz tan grande, que nuestros ojos no podían soportarla. Y esta luz disminuyó poco a poco, hasta que el niño apareció, y tomó el pecho de su madre, María. Y la partera exclamó: Gran día es hoy para mí, porque he visto un espectáculo nuevo.”
CAPITULO XXV: Conclusión
“Y yo, Jacobo, que he escrito esta historia, me retiré al desierto, cuando sobrevinieron en Jerusalén disturbios. con motivo de la muerte de Herodes. Y, hasta que se apaciguó la agitación en Jerusalén, en el desierto permanecí, glorificando al Dios Omnipotente, que me ha concedido favor e inteligencia suficientes para escribir esta historia. Sea la gracia con los que temen a Nuestro Señor Jesucristo, a quien corresponde la gloria por los siglos de los siglos. Amén.”